España como marca no es su
realidad sino la percepción que se tiene de ella en el exterior. Si en la mente
de aquellos que queremos que nos compren o inviertan o nos contraten, no somos
nada, ello quiere decir que afectos prácticos, no existimos. La Marca País
vende directamente y ayuda indirectamente.
Ayer el Gobierno tuvo que retirar,
en Las Cortes, una propuesta para prohibir los ultrajes a los símbolos
nacionales en los espectáculos deportivos, mientras la demagogia de los grupos
minoritarios decían que era “innecesaria”, “cortina de humo” y “aberrante”
(AMAIUR). Sinceramente, en una época en la que estamos llamando a la confianza
extranjera para que invierta en nuestro país, no es la mejor garantía ver a
nacionalidades dispersas enseñando banderas en la casa del pueblo y diciendo
cual es más garantista que otra o señalando (PNV) que “a los corazones se les
convence” no se les sanciona, tras los más de 800 muertos habidos en España en
nuestra democracia por defender ideas que estaban “en sus corazones” pero no en
los de otros.
La marca país tiene valor en los mercados y fluctúa dependiendo
de las percepciones que de élla tengan en cada momento. No sé qué pensarán tras
el espectáculo de los nacionalistas ayer.
Los constructores de la marca páis
son el Gobierno, las instituciones y la propia sociedad y tenemos que
decidirnos que marca queremos para España, por nosotros y por nuestra economía;
ayer se vieron en el Congreso tantas como en la Copa del Rey. Y eso si es
“aberrante”.